Hemos extraído del libro “Días de Trinidad” por Enrique
Serpa editado en 1939,algunos párrafos, que mejor yo no hubiera podido
escribir, que describen ese majestuoso edificio dentro de las montañas más
altas del centro del país.
“La estructura del Sanatorio se ofrece, bruscamente, en la
totalidad de su imponente grandeza. Y durante algunos instantes permanezco en
atónita contemplación. Enormes vigas de acero, afirmadas ya, dispuestas a una
existencia centenaria, o todavía en el aire, en espera del remache sólido que
ha de darles, en el último piso, estabilidad perdurable. Columnas encofradas,
de formidable corpulencia, aptas para soportar una montaña. Gruesas placas
monolíticas. Insignificancia de los remachadores, que en la altura, vistos al
través de la urdimbre férrea como en una jaula, semejan pequeños macacos. Todo
lo abarco de una ojeada. Y todo, toda la vasta mole de acero, madera y
concreto, parece, gravitando sobre mí, ahogarme en una angustia de agobio. Pero
de inmediato comienzo a recobrarme Apunta un sentimiento inédito en profundos
estratos de mi espíritu. Y, a lo último, gratifico a la monumental estructura
con una mirada de viril emoción y de orgullo humano”.
… Toda hazaña de hombre despierta recóndita resonancia de
solidaridad en la simpatía de otro hombre. Y el Sanatorio de Topes de Collantes
tanto como el sueño de un poeta desaforado, que se realiza en acero y hormigón,
es el trofeo de una batalla tremenda.
Y continúa…
“El Sanatorio, de
súbito, desaparece. Su aparición inesperada, cuando desemboca el auto de una
Curva; su ocultamiento ahora: todo parece cosa de teatro, decoración
previamente ensayada. El algodón de una nube lo ha recogido íntegramente en su
regazo. Y la pesada masa de acero vive sólo auditivamente, merced a la isócrona
crepitación de las remachadoras mecánicas. Pero los ojos ávidos quieren ser más
lúcidos que nunca. Se tienden rectos, en una mirada dura de insistencia, y no
descubren sino un merengue informe. La ausencia, por fortuna, es breve: no dura
más que el tránsito de la nube. Y cuando ya empieza a germinar la duda de si
todo ha sido una ilusión óptica, surge de nuevo la osamenta de mamut, envuelta
en la gloria de un sol radiante”.
“Reina un frío seco, agradable, que presta al ambiente la
temperatura de un invierno templado”.
“Atmósfera de cumbre, de aire limpio y ligero, lujosa de
oxigeno, sabrosa al olfato y que se inhala ampliamente, gozosamente, con avidez
de pulmones que, acaso, alientan la ilusión de conservarla en reserva, para
renovar más tarde el medio enrarecido de la ciudad”.
“Atmósfera pura, atmósfera de salud, fría, seca, donde la
temperatura, sin cambios bruscos, mantiene alerta su enemistad contra la
pulmonía artera”.
“Atmósfera fría y refulgente, con neta y bruñida luminosidad
de piedra preciosa. Fastuosidad de estuche regio, para que luzca su
magnificencia un panorama de excepción”.
“Primero que nada, el altiplano de Topes de Calientes,
Meseta larga y anchurosa, teñida de sangre como un apasionado símbolo vital, de
generosa amplitud: se diría creada en la aurora del mundo para juegos de dioses
niños. Amparada por un círculo de montañas distantes, semeja un anfiteatro
monumental bajo un celo de centinelas. El Pico de Potrerillo, frente de la
Sierra, se yergue a la distancia para ceñirse un resplandeciente casco de
cúmulos”…
…“Me acerco a la monumental estructura, que parece animada
por un impetuoso ritmo de creación. Y acude a mi memoria la inevitable imagen
de la colmena. La anoto apresurado en mi carnet de apuntes. Pero sería
imperdonable dejarla así, escueta y anodina, por pereza de imaginación. Jubilada
ya por el abuso, exhausta como bolsillo de pobre, la metáfora meliflua no
traduce adecuadamente lo que es Topes de Collantes, nombre con que, a la
postre, ha de perdurar en el afán de síntesis del pueblo el Sanatorio
Antituberculoso”.
“Colmena: sinónimo de espíritu laborioso. ¡Y cuán cierto que
vive aquí un prodigio de laboriosidad! Pero existe, parejamente, tal
simultaneidad en trabajos diversos, una multiplicidad tal de labores
disciplinadas, que el enjambre queda en discípulo del hombre- Fiebre de trabajo.
Urgencia y pericia, voluntad y técnica en armónica consonancia. Distribución
del tiempo en forma perfecta, para que no haya brazo estéril, ni desierto de
ocio, ni una pulgada ausente de la actividad humana. El ingeniero Rafael
Garteiz, auxiliar del ingeniero Cristóbal Díaz, Director Técnico de las obras,
y, además, diseñador de la organización para realizar los trabajos, distribuye
y ordena un ejército de voluntades. Ejército de obreros, que antes, al hacerse
las tareas de desmonte, de excavaciones y de cimentación, dirigió otro auxiliar
de Cristóbal Diez: el ingeniero Juan Llinás. Quinientos obreros, que,
simultáneamente, trabajan en acero, en madera, en hormigón, en ladrillo...
"Armadores" hábiles, distribuidos en cuadrillas, envueltos en
estrepitosas trepidaciones, arriesgan la vida, descuidados, sobre el remate de
la estructura. Aún quedan viguetas de acero, multitud de viguetas, que no están
sino atornilladas al sitio que, en definitiva, han de ocupar, y es menester
acoplarlas, mediante sólidos remaches, al conjunto de la fábrica. Tal es la
misión de los "armadores" que, habituados ya, inmunes al vértigo, se
mueven en la altura con indiferencia de acróbatas... Legiones de albañiles -la
cuchara en una mano y un cajoncillo de "mezcla" a los pies- se entregan
a la faena de revestir con ladrillos el sótano. Otros, terminado ya el
basamento de hormigón, concluidas también las resistentes placas monolíticas de
la primera y la segunda plantas, han comenzado en la tercera la construcción
del pavimento. Muchedumbre de carpinteros dan, a la altura del segundo piso,
los toques finales al encofrado de las columnas. Y se lea ve clavar, con
celeridad, los enormes ataúdes de madera, que, de un momento a otro, recibirán
toneladas de concreto”.
“Toda la inmensa fábrica es un hormiguero de hombres.
Hombres que, a la jineta sobre vigas, empuñan las pistolas de remachar, cuyas
noventa libras de presión, implacables, hacen del acero una sustancia dócil.
Hombres -peones de albañil- que portan al hombro ladrillos de color de sangre.
Hombres de hinchados bíceps, que empujan carretillas de hierro, rebosadas de
hormigón. Hombres que mantienen su atención en las mezcladoras de concreto:
bocas voraces que, sin saciarse nunca, engullen continuamente cemento, arena,
gravilla. Hombres en perenne vigilancia sobre los potentes wiches que, con
fuerza de cíclopes, levantan las pesadas vigas. Hombres en los elevadores.
Hombres en las calderas. Donde quiera que le mirada se posa, encuentra un
hombre”.
“Y en relación con la cantidad de obreros se encuentra la de
material que se consume. Se ven a un lado montañas de piedra picada, y al otro,
elevadas tongas de sacos de cemento. Para la construcción de las andamiajes y
los encofrados de las columnas ha sido menester, sin duda, arruinar un monte.
Un tejar no está dedicado sino a satisfacer la demanda de bloques y ladrillos.
Todo aquí es gigantesco; todo está fuera de lo cotidiana. Y si la observación
visual es sustituida por el conocimiento estadístico, las cifras casi producen
vértigo”.
“El Sanatorio, can capacidad para mil enfermos, tendrá, al
terminarse, un peso aproximado de ochenta y siete millones, trescientos noventa
y cuatro mil libras. Ha de ser una de los mayores de América. Y, desde luego,
un blasón para Cuba. La formación de la planicie en que ha sido levantado
significó la excavación de ochenta y seis millones, setecientos noventa mil
quinientas libras de piedra y tierra. Y en proporción pareja está la suma de
materiales empleados. Sólo para construir los pozos de cimentación, el afirmado
de los terraplenes y los pedestales de las columnas, se gastaron cuatro mil
doscientos metros de rajón vivo, cincuenta mil sacos de cemento, toda la arena
de una playa. Cuanto al acero... Las estructuras empleadas arrojan un peso
total de dos millones, quinientos treinta y seis mil kilos. Y ocho cuadrillas
de "armadores" especializados han puesto, en conjunto, ochenta y dos
mil remaches...
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