El Palacio de Bequer

Publicado en la revista El Nuevo Fenix Digital de Prensa Latina, Cuba
Por Mayra Pardillo Gómez

Cuentan que el más bello de los palacios que existió enTrinidad al centro-sur de la Isla, declarada por la UNESCO desde 1988 Patrimonio Cultural de la Humanidad, fue el de Don Juan Guillermo Béquer Smith.












 Ubicada a unos 360 kilómetros al este de La Habana, la villa fue fundada en 1514 por el Adelantado Diego Velázquez.
   Es la tercera de las siete primeras establecidas por los españoles en Cuba y atesora uno de los conjuntos arquitectónicos coloniales mejor conservados de América.
   La Villa de la Santísima Trinidad, como se le llamó entonces, quedó enclavada cerca de las márgenes del río Guaurabo, en las laderas del macizo montañoso de Guamuhaya o Escambray.
   Su centro histórico es considerado el más importante de Cuba después del que rodea a la Plaza de la Catedral, en La Habana.                 
   En el libro Días de Trinidad, editado en 1939, su autor Enrique Serpa (La Habana, 1899-1968) dice que en una noche de verano Don Pedro Iznaga, Don José Mariano Borrell y Don Juan Guillermo Béquer, se reúnen para ver cuál de ellos edificará la mansión más bella.
   Afirma Serpa que los tres vanidosos señores comienzan los preparativos para la edificación de sus respectivas residencias, con el propósito de igualar a Trinidad con La Habana.
   Cada uno afirma que su palacio estará por encima de los demás, avalado para ello con cuantiosas sumas de dinero y desde antes de concluidos, se advierte que el de Béquer será, entre los tres, “el más fastuoso y acaso el de más belleza”.
   Empiezan a rodar por la ciudad los chismes y murmuraciones de que Béquer carecerá del dinero suficiente para terminar su palacete.
   Llegan las habladurías a sus oídos y su altanera respuesta es que hará pavimentar su palacio con monedas de oro.
   “No cumple la promesa. Pero no por falta de voluntad ni por adelgazamiento de la bolsa, sino porque el Gobernador, arguyendo que sería desacato sin nombre pisar la imagen de Su Majestad o el escudo del reino, niega el permiso para realizar la obra”, asegura Serpa.
 
                      ¿QUIÉN ERA BÉQUER?

   En las crónicas que Manuel Lagunilla Martínez acopió en su libro Trinidad de Cuba: tradiciones, mitos y leyendas, publicado en 2006 por la editorial Luminaria, de Sancti Spíritus, plantea que el más bello palacio que hubo en Trinidad fue el del norteamericano Béquer.
   Explica que era de dos plantas con balcón a lo largo, mientras las paredes interiores lucían incrustaciones de oro y marfil y las escaleras conducían a una hermosa torre con el mirador rematado por una cúpula.
   Don Pedro Iznaga Borrell comentó que Béquer carecía del dinero suficiente para terminar su obra y que además en la edificación se estaban usando materiales muy baratos, por lo que la mansión duraría poco tiempo.
   Al conocer lo que se comentaba, Béquer quiso demostrar que sí tenía capital y ordenó levantar los pisos de mármol y sustituirlos por monedas de oro y plata.
   Esto significaba, según las autoridades locales, una ofensa al rey y a la Corona española y se lo prohibieron. Béquer tuvo que mandar a retirar las que ya habían sido puestas.
                       ¿CARA O CANTO?
   Parecido a la ya clásica petición, al lanzar una moneda, y preguntar ¿cara o cruz? es este caso. 
   Al ser informado el gobierno de España de la descabellada intención de Béquer la respuesta fue contundente: “se le permitiría esa ostentación siempre y cuando colocara las onzas de canto, para evitar que se le pisara la cara al Rey”.
   Como antes le impidieron colocarlas de un modo en que sería mancillada la imagen del monarca, pensó en ponerlas de canto, pero tampoco consiguió hacerlo.
   A pesar de que Don Iznaga pudo haberse equivocado en el alcance de la fortuna de Béquer, en algo sí tuvo cierta razón, ya que por uno u otro motivo –para nosotros desconocido- aquel palacio No perduró.

                      ¿PERSEGUIDO POR LAS LEYENDAS?

   Según aparece en el libro La Trinidad, embrujo del Nuevo Mundo (1992), de Raúl García Álvarez, John William Baker obtuvo su carta de ciudadanía española el 21 de octubre de 1817 y así transformó su primer apellido en Béquer.
   Vino a las Indias Occidentales a finales del siglo XVIII a representar los intereses de su padre y aquí procreó seis hijos con una mulata.
   Al morir ésta, de acuerdo con el volumen, Béquer hace construir una bella tumba que provocó la protesta del párroco de la ciudad, por considerar esa obra una ofensa al poder económico de la raza blanca.
   Tras el fallecimiento de aquella se une a una trinitaria de familia aristocrática con quien tiene una larga descendencia.
   De acuerdo con La Trinidad ... cuentan que Béquer muere sin poder contraer matrimonio de nuevo, “aunque se dice que lo casaron muerto” y prosigue:
   “Como para la ceremonia el moribundo todavía debía tener uso de razón, tuvieron que vestir al occiso y colocarle todas sus condecoraciones y órdenes. A fin de garantizar que se escuchara la palabra sí en inglés cuando el cura pidiera la aprobación del casamiento, colocaron debajo de la cama a un amigo de la familia”.

   La más curiosa de las historias o leyendas relacionadas con las ilustres viviendas de Trinidad, una ciudad con casi 500 años, es sin dudas la de Béquer, quien deseando superar a todos los propietarios mencionados a inicios de este trabajo, al parecer intentó ponerle a su casa pisos de onzas de oro.

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